Acción integral. Hizo énfasis, el ingeniero Espino, en que la Reforma Agraria no puede limitarse a una simple distribución de tierras. Tampoco bastan la concesión de créditos y la asistencia técnica. Se requiere sobre todo la acción propia del mismo campesino para organizarse, renovar fuerzas, utilizar capacidades y recursos para ponerlos en acción constructiva para la conquista no sólo de una existencia materialmente mejor, sino también de una nueva personalidad despierta, activa, alerta ante la realidad social, ante la situación del país de que ellos también son parte, para el planteamiento de derechos legítimos y la satisfacción de aspiraciones justas. La verdad reforma agraria es la que orienta, estimula y levanta a un hombre nuevo en la campiña interiorana.
Doctrinas. Cabe señalar que no se trata sólo de un concepto del ingeniero Espino. El propio general Torrijos, gestor y orientador de la revolución, ya lo dijo muchas veces: lo importante es despertar el espíritu dormido del hombre humilde; lo trascendente es arrancar a las grandes mayorías de nuestro pueblo de la resignación y de las tradiciones negativas, de las supersticiones y sometimientos, de la timidez política y espiritual para hacer de él un hombre entero, derecho, libre, verticalmente decidido a conquistar lo que es suyo, no gracias a la limosna del gamonal, sino mediante la utilización adecuada de sus capacidades físicas y mentales.
Revolución. Una revolución constructiva consiste precisamente en eso: en la liberación del hombre. En nuestro caso, cada campesino que se encuentra a sí mismo, que adquiere conciencia plena de su calidad de hombre su condición de ciudadano, es un revolucionario en acción. Ese hombre se encargara de ampliar e intensificar el proceso de reforma agraria que iniciaron tímidamente algunos gobiernos políticos y que está elevando, profundizando y fortaleciendo el proceso revolucionario; será ese campesino revolucionario, ese nuevo hombre conciente de sus valores y capacidades el que ya nunca permitirá que lo esclavicen y encadenen, ni siquiera con las sutiles artimañas en que es tan ducha la caciquearía criolla.