lunes, 9 de junio de 2008

Luna en Veraguas -- Baltasar Isaza Calderón

Publicación del 31 de diciembre de 1978 en las páginas 7-F y 11-F del diario "La República" del doctor Baltasar Isaza Calderón, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá, Director de la Academia Panameña de la Lengua.

LUNA EN VERAGUAS

La segunda edición fue publicada en 1961, con portada e ilustraciones de Herrerabarría, artista veraguense del pincel y en quien los aires de la tierra han dejado, a su vez, huella visible de fuerza y rebeldía.

Forman el libro una colección de quince cuentos a los que preceden unas palabras del doctor Octavio Méndez Pereira, a la sazón Rector de la Universidad de Panamá (1961). Cierran el volumen opiniones laudatorias que reciben a la aparición de "Luna en Veraguas" como verdadero acontecimiento literario.

Cuando el lector se adentra en las páginas del libro con atención y ánimo de entender su mensaje advierte sin dificultad que se trata de una penetrante indagación literaria en la cual están plasmados hechos y personajes, pormenores de ambiente, modos de decir lugareños, costumbres, rasgos psicológicos de variados matices que intengran un panorama veraguense del mayor interés. La pupila del observador ha sido minuciosa y sagaz, fuertemente apegada a las evidencias que ilustran sobre todos los sucesos y personajes que cruzan a lo largo de la obra. Se nota, además, que no todos los relatos tienen la misma edad ni son el producto de una simultánea visión totalizadora. No hay en ellos una tonalidad optimista sino más bien sombría en varios de los que destacan con mayor valor representativo.

El libro se inicia con el que lleva el título "Una Estrofa Apasionada" que desde los primeros momentos hace presentir la posibilidad de una tragedia que no llega, sin embargo, a consumarse pues en el instante preciso en que el machete homicida se levanta para dar muerte a dos jóvenes amantes, una estrofa que ellos recitan y lleva al padre de la muchacha, que se dispone a ultimarlo, el recuerdo de su madre, que nunca quiso aceptar sus requiebros, hace bajar de pronto el arma presta a consumar el crimen:

Jacoba, mi Jacobita,
déjame tu corazón
que en la carne de tu cuerpo
salomará mi pasión.
Esta estrofa el presunto homicida la había repetido apasionadamente a Teresa, la mujer que nunca aceptó su amor y por eso quería vengar estúpidamente en el hijo de ella -- que se disponía a fugarse con Jacobita, su propia hija -- aquel rechazo. Cuestión de celos cavernarios más que de ofuscación por la fuga de la muchacha enamorada.

En el cuento denominado "Cobardía" el autor presenta otro drama rural en el que el machete de un bravucón de pueblo, temido y respetado por su arrojo y valor, también queda encerrado en la vaina de la cual pudo salir con el fin de vengar el grito de !cobarde! que le arrojaba en pleno rostro un mozo lleno de coraje y osadía. Prefirió irse, cabizbajo en el caballo que montaba porque reconoció que quien lo ofendía era hijo suyo, ignorante, es claro, de que insultaba a su propio progenitor.

"Luna en Veraguas" tiene bien justificado el crédito con que se ha impuesto en la narrativa panameña como muestrario auténtico de temas provincianos, tratados con pleno conocimiento de la realidad en la cual han tomado origen. Se ha idcho con verdad que Mario Augusto es un interiorano auténtico, amasado con la savia pródiga que lo nutrió desde niño en su provincia de origen. Debe abonársele como condición necesaria para integrar su figura de narrador la circunstancia de que es innegablemente un poeta de imaginación fértil que pone en sus creaciones, junto con los materiales que la realidad le suministra, el don de vestirlos con las gracias de lenguaje que su fantasía en abundancia.

En sus personajes asoma con bastante frecuencia la desgracia que los pobres beben en el plovo de los caminos. Tal ocurre, por ejemplo, en su cuento "Nochebuena Dulce" cuyos protagonistas son dos infelices muchachos, hembra y varón, que la vida ha arrojado al arroyo, despreciados y burlados por cuantos les encuentran a su paso. Ninguna ilusión ilumina su triste existencia a no ser la que despunta cuando ella, perseguida por los chiquillos que la burlan y la escarnecen, se refugia en el atrio de la Iglesia buscando protección en los brazos de un muchacho como ella mísero y desdichado.

Están muy bien recogidos todos los pormenores del ambiente que suministran los necesarios ingredientes para pintar el cuadro de la miseria y angustia que andan sueltas por el mundo, sembrando a su paso la infelicidad y la desdicha. Mario Augusto demuestra dotes de observación nada comunes, tiene una pupila aguda para captar los datos vivos de la miseria puebleriana. Se nota que ha compartido el dolor de esa miseria, que se duele en lo íntimo de ella y la pinta con rasgos literarios a veces desgarradores.

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